Oda a un ruiseñor • Periódico de Poesía (2024)

10 junio, 2024

de John Keats | Traducciones


Traducción y presentación de Juan Carlos Calvillo



“Ode to a Nightingale” es una de las seis grandes odas que compuso el poeta romántico John Keats (1795-1821), según quiere la tradición, entre los meses de abril y septiembre de 1819, su annus mirabilis, en un furor creativo ante la inminencia de la propia muerte. En duelo por la pérdida de su hermano Tom, y ya contagiado él de la tuberculosis que acabaría con su vida a la corta edad de veinticinco años, Keats se recluyó en Wentworth Place, en la campiña de Hampstead, y escribió este poema en un solo día, supuestamente, a la sombra de un ciruelo en el que había anidado y cantaba entonces un ruiseñor. En vista de que Keats vivió toda su vida con la conciencia trágica de que sería breve su paso por el mundo, no es de sorprender que su obra sea particularmente sensible a la belleza y la transitoriedad de las cosas “aquí”, en el lugar “donde la juventud/ se vuelve pálida, espectral,/ y muere”, donde el hecho mismo de pensar es saberse uno colmado de desdicha. Paradójica y enigmática, la “Oda a un ruiseñor” es quizá el mejor ejemplo no sólo de la melancolía y el abatimiento típicos del Romanticismo inglés, sino también de aquella cualidad suprema que tanto admiraba Keats en la obra de Shakespeare, la famosa “capacidad negativa”, que se suscita “cuando un ser humano es capaz de existir en la incertidumbre, el misterio, la duda, sin la necesidad acuciosa de recurrir a los hechos o a la razón”.

Por mi parte, yo traduje esta “Oda” en el bosque de Wernetshausen, en Suiza, a lo largo de las últimas dos semanas del pasado mes de febrero, cuando sentía, como Keats, un dolor en el corazón, si bien al amparo de un pájaro distinto. No tuve a la vista en aquel momento otras versiones españolas, admirables, que preceden a la mía, y, sin embargo, desde un principio me pareció inconcebible forma alguna de traducir a Keats que no fuera el esfuerzo más sincero de emular, en mi propia lengua, la pura y delicada armonía de su poema. Para lograrlo, me vi obligado a modificar la composición formal de su estrofa: la oda de Keats, salvo en el famoso caso de “To Autumn” (“Al otoño”), es de diez versos, un cuarteto y un sexteto; la mía, sin embargo, es de doce: dos sextetos endecasílabos con un pie quebrado. Aun así, confío en que este retoño le sea al poema “tan natural como las hojas al árbol”; que en español llegue a percibirse también la música que supieron escuchar F. Scott Fitzgerald (Tender is the Night) y tantos otros, y que, con suerte, mi lector encuentre en la “Oda a un ruiseñor” un atisbo de Belleza y de Verdad, pues, como bien sabía nuestro poeta, eso es “todo lo que uno sabe en esta tierra,/ y cuanto uno debe de saber”.

Oda a un ruiseñor

El corazón me duele, y un letargo
 adormece mi ser, como si hubiera
bebido la cicuta, o escanciado
 algún opioide, hace un momento apenas,
que hundido me dejara en el desmayo
 del Leteo; pero no es que sienta
envidia por tu suerte, sino dicha,
 de que tú, ninfa alígera del árbol,
  en un paraje melodioso
de hayas verdes y sombras infinitas,
 enaltezcas los himnos del verano
  a plena voz, con sosegado tono.

¡Ay, por tomar un sorbo de aquel vino
 enfriado en las entrañas de la tierra,
con gusto a Flora, a verdes labrantíos,
 a júbilo tostado y la Provenza!
O una copa del meridión benigno,
 repleta de Hipocrene verdadera,
con bordes de burbujas y abalorios
 y mancillada boca de violeta;
  ay, que pudiera yo beber,
dejar sin haber visto el mundo ignoto,
 y escaparme contigo a la floresta
  y en la penumbra desaparecer.

Desvanecerse uno en lontananza,
 disolverse, y acaso olvidar
lo que nunca supiste entre las ramas:
 la fatiga, la fiebre y la ansiedad—
aquí, donde los hombres se arrellanan
 y escuchan sus lamentos; el lugar
donde estremece la paresia el último
 pelo cano, donde la juventud
  se vuelve pálida, espectral,
y muere; donde es ya un infortunio
 pensar, y la Belleza pierde luz,
 y el anhelo de amor tiene un final.

¡Vamos, que vuelo a ti! Pero no es Baco
 ni su cortejo los que me conducen,
sino el Poema, diáfano y alado,
aun si ofusca el asombro las virtudes.
Tierna es la noche: ¡ven conmigo, vamos!,
 que, envuelta de luceros, ahora sube
la Luna Reina a conquistar su trono.
 Pero no hay luz aquí, salvo la brisa
  que sopla desde el firmamento,
en medio de un follaje verdoroso,
 a través de las sombras serpentinas,
  tapizados de musgo los senderos.

Hay flores a mis pies, y no distingo
 el incienso que cuelga de las ramas,
pero tiene dulzuras el estío
 que intuyo en la negrura embalsamada:
las rosas eglanterias y el espino,
 la hierba, el matorral y la arbolada;
marcesibles violetas ya cubiertas
 de hojas caídas, y el primer rebrote
  de justo el mediodía de mayo;
la rosa del almizcle venidera,
 colmada de rocío y, por las noches,
 el rumor de las moscas del verano.

Se pone el sol y escucho, y llevo un tiempo
 ya medio enamorado de la Muerte,
y muchas veces le he implorado en verso
 que devuelva a la bóveda celeste
mi hálito de vida; hoy tan muerto
 me quisiera, apagarme para siempre
a medianoche, sin dolor alguno,
 al tiempo que prodigas extasiado
  tu alma entera; no dejarías
de cantar, pero yo, en este mundo,
 me habría ya convertido en tierra y pasto
  y dejado tu réquiem en la arcilla.

¡Tú no estás destinado a lo finito,
 Ave inmortal! Eres inmune al paso
hambriento de linajes sucesivos;
 monarcas y bufones escucharon
la voz que escucho yo, el canto mismo
 del crepúsculo breve, en días de antaño.
Quizá es el mismo que encontró a Ruth,
 su corazón dolido de nostalgia,
  a pleno llanto en un maizal
del exilio, o que en una latitud
 de encantamientos, mágica, olvidada,
  abrió claros a bruma y tempestad.

¡Olvido! La palabra misma tañe
 como campana para así traerme
de regreso a mi solo ser. No cabe
 esperar que tu hechizo, artero duende,
ilusione tan bien como se sabe.
 ¡Adiós! Tu himno triste ya se pierde
en la pradera, allende el suave cauce
 del arroyo; remonta la montaña
  y, al fin y al cabo, queda envuelto
de llanuras. ¿Quizá fue sólo un trance,
 un delirio? La música se escapa:
  ¿Estoy dormido acaso? ¿Estoy despierto?



Ode to a Nightingale

My heart aches, and a drowsy numbness pains
My sense, as though of hemlock I had drunk,
Or emptied some dull opiate to the drains
One minute past, and Lethe-wards had sunk:
’Tis not through envy of thy happy lot,
But being too happy in thine happiness,—
That thou, light-winged Dryad of the trees
  In some melodious plot
Of beechen green, and shadows numberless,
Singest of summer in full-throated ease.

O, for a draught of vintage! that hath been
Cool’d a long age in the deep-delved earth,
Tasting of Flora and the country green,
Dance, and Provençal song, and sunburnt mirth!
O for a beaker full of the warm South,
Full of the true, the blushful Hippocrene,
With beaded bubbles winking at the brim,
  And purple-stained mouth;
That I might drink, and leave the world unseen,
And with thee fade away into the forest dim:

Fade far away, dissolve, and quite forget
What thou among the leaves hast never known,
The weariness, the fever, and the fret
Here, where men sit and hear each other groan;
Where palsy shakes a few, sad, last gray hairs,
Where youth grows pale, and spectre-thin, and dies;
Where but to think is to be full of sorrow
  And leaden-eyed despairs,
Where Beauty cannot keep her lustrous eyes,
Or new Love pine at them beyond to-morrow.

Away! away! for I will fly to thee,
Not charioted by Bacchus and his pards,
But on the viewless wings of Poesy,
Though the dull brain perplexes and retards:
Already with thee! tender is the night,
And haply the Queen-Moon is on her throne,
Cluster’d around by all her starry Fays;
  But here there is no light,
Save what from heaven is with the breezes blown
Through verdurous glooms and winding mossy ways.

I cannot see what flowers are at my feet,
Nor what soft incense hangs upon the boughs,
But, in embalmed darkness, guess each sweet
Wherewith the seasonable month endows
The grass, the thicket, and the fruit-tree wild;
White hawthorn, and the pastoral eglantine;
Fast fading violets cover’d up in leaves;
  And mid-May’s eldest child,
The coming musk-rose, full of dewy wine,
The murmurous haunt of flies on summer eves.

Darkling I listen; and, for many a time
I have been half in love with easeful Death,
Call’d him soft names in many a mused rhyme,
To take into the air my quiet breath;
Now more than ever seems it rich to die,
To cease upon the midnight with no pain,
While thou art pouring forth thy soul abroad
  In such an ecstasy!
Still wouldst thou sing, and I have ears in vain—
  To thy high requiem become a sod.

Thou wast not born for death, immortal Bird!
No hungry generations tread thee down;
The voice I hear this passing night was heard
In ancient days by emperor and clown:
Perhaps the self-same song that found a path
Through the sad heart of Ruth, when, sick for home,
She stood in tears amid the alien corn;
  The same that oft-times hath
Charm’d magic casem*nts, opening on the foam
Of perilous seas, in faery lands forlorn.

Forlorn! the very word is like a bell
To toll me back from thee to my sole self!
Adieu! the fancy cannot cheat so well
As she is fam’d to do, deceiving elf.
Adieu! adieu! thy plaintive anthem fades
Past the near meadows, over the still stream,
Up the hill-side; and now ’tis buried deep
  In the next valley-glades:
Was it a vision, or a waking dream?
Fled is that music:—Do I wake or sleep?


Oda a un ruiseñor • Periódico de Poesía (1)

John Keats / Londres, Inglaterra, 1795 – Roma, Italia, 1821. Autor de los poemas épicos Endymion (1817) e Hiperión (1818), así como del poema narrativo Lamia (1819) y de seis grandes odas (1819). Murió de tuberculosis, a los veinticinco años.

Juan Carlos Calvillo

/ Ciudad de México, 1983. Poeta, traductor, profesor e investigador en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México y de la UNAM. Ha traducido narrativa, dramaturgia y epistolarios, aunque en la actualidad se dedica principalmente a la traducción de poesía. Entre sus autores se encuentran Sir Thomas Wyatt, William Shakespeare, Alfred, Lord Tennyson y Robert Lowell, además de Emily Dickinson, sobre la que ha escrito dos libros y publicado, por primera vez en español, sus poemas y fragmentos en sobre bajo el título de Las ruedas de las aves. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en el área de Traducción y ha sido residente en el Centro Internacional de Traducción Literaria de Banff (Canadá) y la Casa de Traductores Looren (Suiza). Es autor del libro de poemasLa esfinge de Memphis(2006), el libro de ensayosLa ficción de los Estados Unidos(2010) y la antología críticaSimulacro y permanencia: tres poetas isabelinos(2009). Recientemente publicóEmily Dickinson: Un estudio de poesía en traducción al español(2020).

Oda a un ruiseñor • Periódico de Poesía (2024)

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